El microrrelato es un género muy difícl. Igual que el haiku. Si ya un cuento lo es, o un poema, reducirlos a expresiones mínimas constituye un desafío que solo muy pocos son capaces de superar con éxito. Vale, llamadme audaz, pero me gusta experimentar.

Primavera.

¡Me encanta el mes de noviembre! Esa policromía primaveral que lo posee… Querrás decir otoñal, policromía otoñal, ¿no? Bueno, eso es como todo. ¿Cuánto tiempo debe pasar para institucionalizar los cambios? Las cosas dejan de ser lo que eran, a veces de forma abrupta, a veces con un reposo milenario de galápago; pero nos negamos a admitirlo. No voy a contradecirte en eso, pero mira a tu alrededor. Los árboles, sobre todo los árboles. Ya todos son de cobre o de latón o de añil difuso. Sus hojas mueren. Y las rocas, ¿las ves? Ese gris envejecido del granito, ese bronce apagado de los líquenes… Todo es otoñal; la luz, el aire, la humedad fría. Todo. Sí, y las yemas reventando en los manzanos, y las brochas blancas o moradas de los tréboles, y los botones pilosos de las acacias, los conejitos amarillos salpicando las retamas… Y el canto enloquecido de los pájaros y el celo escandaloso de las gatas… Sí, ahora la primavera tiene un dosel de cobre envejecido que la cubre.

Metempsícosis.

Nosotros le llamábamos capullo a la crisálida. Las encontrábamos por todas partes; sobre todo adheridas a las blancas fachadas de nuestras casas, como un sarpullido insólito que aquejase al estuco pintado. Lo normal era que las viésemos eclosionar. Que eclosionasen ante nuestros ojos infantiles llenos de su propia vida y de la vida que les llegaba de todas partes. Estaban allí el tiempo que fuese, ya no recuerdo y, de pronto, un día comenzaban a latir de dentro a fuera, se abrían delante de nosotros y comenzaba a salir la mariposa; iba echándose fuera con las alas enrolladas a su cuerpo fusiforme. Libres ya de su prisión, desenrollaban las alas; las enderezaban, frágiles, pero se les caían a los lados. Eran unas alas blancas, impolutas, frescas. Pasaban así, en esa extenuación, unos minutos, unos segundos, ya no sé. Y por fin aventuraban el primer vuelo; un vuelo torpe, zarandeado, inseguro. Muchas veces iban a parar a la brocha malva de un cardo. Se posaban allí como para reponerse. Eran todas iguales, de alas blancas con manchas negras, marrones, a veces. ¡Dios mío, cuánto tiempo hará que no he visto nacer una mariposa!

Viaje sin retorno.

Lo que daría porque fuese ya de día y su dulce voz me susurrase lavavajillas, espumadera o colesterol.
Hace casi un año que lo hemos establecido así. Dejamos que las cosas sigan su curso sin oponernos; que nuestros hijos hagan y deshagan a su gusto; que tomen ellos las decisiones; que sean ellos los que lleven las riendas, los que organicen nuestras vidas. Pero lo hacen mal. Con la mejor voluntad, pero lo hacen mal. Nos separan. Dicen que es lo mejor para nosotros, para preservar nuestro frágil equilibrio psíquico. Incluso en lo físico, papá; créenos. No te conviene estar siempre ahí, con ella, viendo como se va ausentando poco a poco. Y, en los pocos ratos que me permiten acompañarla, trato de ver mi imagen en el brillo de su mirada cada vez más interiorizada, mientras le hablo cogido a su mano. Ella sonríe benevolente y mimosa. Y antes de que nos separen, por nuestro bien, naturalmente, le suelto tres palabras. Intenta recordarlas. Mañana, cuando despiertes, me llamas y me las dices. Para que no me olvides.

Libre albedrío.

El día en que una ola salte más de lo convenido… Interrumpió la lectura arrebatado por la indignación. ¿Lo convenido? ¿Lo convenido con quién? ¿Cuándo habían sido las olas sometidas a un convenio? Maldijo mil veces ser quien era. ¡Estúpidos!, bramó su voz inaudible. ¡Pobres estúpidos!, aplacó luego su ira, recogiendo su menguado esplendor tras las gasas mudadizas del ocaso. ¡Pobres!, repitió amansado, mientras, despechado consigo mismo, cegaba su mirada. ¿Por qué os empecináis en volver contra mí vuestra rabia o vuestra desesperación o vuestros miedos? ¿Por qué me abrumáis con vuestros ruegos pueriles? ¿De verdad creéis que, solo por haberlo creado, puedo cambiar las reglas que rigen el mundo?

Trabajo cumplido.

Es como se expulsa mejor, no lo dudes, ese despecho que te corrompe el ánimo. Es como se expulsa mejor. Perseverar en el resentimiento no conduce a nada, créeme, a nada. Has enterrado a tu padre, ¿no es así? Pues ya está. Ahora lávate bien las manos, arréglate un poco, dale un beso a tu madre y disponte a descansar. El resto ya se verá.