Tengo entre manos un texto al que titularé Identidades, cuando sobreviene la muerte de Xosé Luís Franco Grande.

Retrato de Xosé Luis Franco Grande
Retrato digital . Una sola línea. @rosaliadiazcreativa

Confieso que nunca con él estuve y que es muy poco lo que sobre él sé. Conozco, claro, su Diccionario, que fue para mi utilísima herramienta y leí ocasionalmente y sin propósito alguno de sus poemas.  No obstante, su inmensa sombra benefactora para la cultura y la identidad gallegas se cierne sobre todos nosotros y no creo que nadie la ignore. Resulta imposible ignorarla.

Os contaré una anécdota como homenaje debido a él.

Yo experimenté muy trempano el impulso de escribir y, de pronto, casi de una forma inopinada, me encontré con la decisión tomada de ser escritor gallego y en gallego. Se interponía un problema, nada pequeño: yo ni hablaba ni escribía con un mínimo de fluidez en esa lengua. La vida me llevó – digámoslo así, aunque lo más probable es que fuese yo quien llevó a mi vida por esos enrevesados caminos – por caminos tortuosos que me mantuvieron alejado de la Literatura años y años. Pero escribía. Buscaba maneras y pretextos para escribir. Hubo un día, en uno de esos momentos en los que la autoestima se aparta de nosotros y nos deja inermes frente a todos nuestros sueños quebrados, en el que un hondo sentimiento de frustración me llevó a destruír toda la obra que había ido acumulando. Llené una bolsa de la basura con los pedazos rabiosos de todos mis intentos de ser escritor. Solo indulté a uno, un cuento, todavía inacabado, que, por alguna razón incontrolada, no fui capaz de despedazar. Allí quedó, sepultado en una carpeta. Y, también, en mi cabeza. Lo recordaba entero. Y comenzó a desarrollarse de una manera absolutamente irracional. Mi ocupación de entonces me obligaba a viajar continuamente. En ocasiones, mientras tomaba un café yo solo en cualquier punto de Galicia, me venía a la cabeza mi cuento indultado e inconcluso, echaba mano de una servilleta de papel y añadía unas cuantas líneas. ¿Podéis creerlo? Esto duró cinco años. ¡Cinco años! Escribiendo párrafo a párrafo, distanciados por meses unos de otros, en barras de cafeterías o en inhóspitas habitaciones de hotel. Lo acabé, finalmente. La carpeta en la que lo guardaba era una mezcolanza de folios, papelillos recortados, servilletas de bar…

Yo vivía en Vigo en aquel tiempo. La empresa para la que trabajaba como comercial tenía una pequeña filial en A Coruña a la que ya habían condenado al cierre. Los gerifaltes se valieron de mi, pensando que también a mí me engañaban, para tranquilizar a sus trabajadores. Me enviaron para reflotar la filial buscándoles pedidos que llevasen ocupación a sús máquinas. Yo cumplí en la medida que pude. Los trabajadores me tranquilizaron. Me dijeron que estaban bien asesorados y que habían elaborado su propia estrategia para burlar la torpe maniobra de los empresarios. Yo continuaba procurando posibles clientes, buscando pedidos. Un día me dejé llevar por un arrebato. Me encerré en la habitación del hotel dispuesto a dar forma definitiva a mi cuento. Avisé que no me encontraba bien, y a los del hotel les pedí que me subiesen las comidas a la habitación. Había llevado conmigo el Diccionario de Franco Grande, diccionario bilingüe, comprado hacía ya muchos años e infrautilizado durante todos ellos. Dos días con sus noches pasé encerrado en la habitación de aquel hotel coruñés, trasvasando al gallego todo aquello que tan azarosamente había escrito en castellano. Dos días y sus noches martirizando sin tregua el Diccionario de Franco Grande. ¡Dios, con qué emoción recuerdo aquel empeño! El gallego se abrió para mí como un mundo completamente nuevo, hondo hondo, lleno de palabras hermosísimas y de una precisión matemática. Donde yo había utilizado el verbo estremecer, de pronto aparecían, igual que saltamontes en un prado, cuatro, cinco, seis formas distintas de expresarlo, cada una con un matiz diferencial a pesar de la sinonimia: estremecer, estarrecer, arreguizar, arrepiar, arrepuiñar… O frío, o medo…

Dos días con sus noches en una habitación de hotel, encerrado con un montoncito de papeles diversos y un diccionario elaborado por un hombre, un hombre solo, comparable, tal vez, en su afán y en su afanosa determinación, y en su amor a la lengua, a María Moliner.

Esta es la anécdota. Después me presenté en la casa de Xesús Rábade Paredes y sometí a su amistad y a su buen criterio mi trabajo. Le gustó. Me pidió que se lo dejase para corregir mis más que previsibles y abundantes errores, y cuando pasé a recogerlo me invitó a presentarlo al certamen Modesto R. Figueiredo, que convoca cada año el Padroado do Pedrón de Ouro.

Me dieron un accesit. El cuento se titula LA CONFESIÓN DE RAMÓN FANDIÑO. Pienso traéroslo aquí, aunque no sé cuando. El cuento está en Lugo y yo estoy en Begonte.

Donde yo había utilizado el verbo estremecer, de pronto aparecían, igual que saltamontes en un prado, cuatro, cinco, seis formas distintas de expresarlo, cada una con un matiz diferencial a pesar de la sinonimia: estremecer, estarrecer, arreguizar, arrepiar, arrepuiñar…
O frío, o medo…

Xosé Luís Franco Grande, in memoriam. Eternamente agradecido. Que la tierra te sea leve.